miércoles, 4 de junio de 2008

Mi amigo albañil

Juan sube todos los días conmigo en la terminal, pero no se sienta.
Saca su radio de bolsillo, la escabulle por entre medio de sus incontables abrigos y cierra los ojos.
Juan recorre los mismos kilómetros todos los días menos los domingos, que de hecho tampoco lo acompaño porque no voy a la facultad.
Juan tiene la cara curtida por la cal y el frío, y las manos blancas, lo cual desentona bastante con su tono de piel.
Se baja en la construcción, toma un sorbo de su petaca y se coloca el casco amarillo ya moldeado por los años de uso.
Saluda a sus compañeros, le chifla a una dama y se da vuelta al pasar mientras piensa "¡si me viera la Mary!"; acto seguido le muestra al Cacho el celular nuevo que se compró, al cual dotó de cumbia colombiana y algo de pornografía que ve cuando, dos veces al día, se escapa de la realidad en el cuartito de baño químico.
A la hora de la almuerzo no se habla demasiado: el hambre es la vedette y no admite partenaires. Se oye la radio de fondo pero jamás se la escucha, la ceremonia es siempre la misma. "Hay cosas peores que la rutina..." suspira mientras levanta el vaso de tinto como si fuera a brindar por algo, como si de verdad hubiera algo por qué brindar.

Todos los días, al volver en el 71 muy cansada y quejosa de la facultad, me encanta ver a Juan. Casi siempre está jugando un fútbol-tenis en el césped que rodea el cementerio de la Chacarita, en una cancha improvisada con esas cintas de ¡PELIGRO! que utilizan para señalizar las veredas en construcción.
Miro por la ventana, me desespero un poco si no lo encuentro, a decir verdad, hasta que lo veo, esbozo una sonrisa y sigo camino.
Un alivio recorre mi cuerpo. Dentro del individualismo común en el que estamos inmersos en esta gran selva pavimentada, siento que tengo un amigo. Él, por su parte, no lo sabe. Pero lo es. Cuando, por casualidad, nuestras miradas se entrecruzan, muevo rápidamente la córnea del ojo como si estuviese cometiendo un pecado mortal, como si acaso me diera vergüenza que el sepa que lo estoy mirando. Pienso en otras culturas donde el contacto visual es inmoral, donde incluso está prohibido, o peor aún, donde los ojos no se pueden mostrar. Siempre nosotras, claro.
Las ventanas del alma se cierran para el mundo. Solo puedo ver y no permito que me vean. Me desnudo sin quitarme un sólo guante. Me sambullo en un mundo efímero, por un momento.
¡No! No gires la cabeza, ¡no la levantes!, no sientas mi pesada mirada sobre tus hombros, tu cuello, tu rostro. Asi no podré domesticarte si me descubres. Por favor, haz como si nada estuviera pasando; mira de reojo si quieres, pero no me inhibas. Como un imán de lo contrario deberé volver una y otra vez hasta que hayas sacado tus sucios ojos sobre los míos. ¡Qué poco ético! ¿Con tus cincuentipico te animas a mirar de esa manera a una adolescente de 19? Yo puedo hacerlo. No crearé ningún trauma en ti ni falsas esperanzas.

¡Pucha!, vuelvo. Si fuera verano, al menos, acabaría momentáneamente con este estúpido suplicio usando unos vulgares pero cómodos anteojos de sol...

1 comentario:

Luli dijo...

wow! la verdad que cuando veo que alguien escribe asi, se me aflojan las gambas. Es una motivacion para mí, de corazon lo digo. De verdad, tenes un don ;)

te invito a mi blog que es nuevito todavia, pero la verdad es que me cuesta decidirme a postear algunas cosas, me inhibo :S

http://viajesdecronopios.blogspot.com

besos!

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